Por bien o
por mal, a algunos nos gusta leer los libros o ver las películas cuando han
pasado la primera “ola” y las concurrencias para no dejarnos arrastrar por el
fulgor y los comentarios del momento. Ciertamente se corre el riesgo de quedarse
desfasado, pero se gana tranquilidad y sosiego “intelectual”.
Todo esto
viene a cuento de que el pasado 28 de julio de 2012 se festejó en medio mundo
el 94 cumpleaños de Nelson Rolihlahla Mandela, conocido en su país, Sudáfrica,
como Madiba. Se publicaron entonces muchas reseñas y alabanzas de esta figura
mundialmente admirada. Además, se celebró el “Día Internacional de Mandela”,
establecido por la ONU en el 2009, que es una iniciativa para animar a todos
los ciudadanos a dedicar 67 minutos de su tiempo a causas sociales. Se trata de
un minuto por cada año que Mandela, premio Nobel de la Paz de 1993, dedicó a
luchar por la igualdad racial y el fin del régimen segregacionista del
apartheid, impuesto por la minoría blanca sudafricana hasta 1994.
No voy a
descubrir a nadie quien es Mandela porque creo que es un personaje sobradamente
conocido del gran público, tampoco tengo ningún dato que revelar. Como ya lo he
avanzado, y con los ecos de la celebración de su cumpleaños ya difuminados, quisiera
reflexionar sobre el carácter extraordinario del líder histórico del Congreso
Nacional Africano y primer presidente negro de Sudáfrica.
La gran
hazaña de Nelson Mandela fue convencer a dos bandos enfrentados desde hacía
siglos por la segregación racial de que cambiaran de opinión. Para darnos
cuenta de la dificultad de esa tarea, baste con recordar que durante más de
medio siglo estuvo en vigor el apartheid, un sistema de segregación racial que
instauró un sistema jurídico y social de separación efectiva entre las razas
blanca y negra, con ventaja para la primera, a la que se le otorgaba
privilegios irritantes: derecho de voto, reservado únicamente para los blancos;
sólo los blancos podían viajar libremente por el país; era legal que un blanco
ganara más que un negro por el mismo trabajo; los negros debían vivir en zonas
alejadas de los blancos; los negros debían estudiar en escuelas separadas de
los blancos, y su educación debía ser limitada, etc.
Mandela, a
través de la persuasión y no de la fuerza, hizo que la población blanca
sudafricana perdiera su temor a la negra, y que la negra abandonase sus deseos
de justa venganza tras siglos de injusticia y humillación. Ahí está la gloria
de su liderazgo. Como consecuencia, evitó un baño de sangre y construyó la
democracia en su país, el objetivo al que dedicó su vida.
En los
tiempos que corren, dónde la clase política se está convirtiendo es un problema
para la sociedad (crea problemas en lugar de solucionarlos), la lección que, por
otra parte, deja Mandela a la humanidad es que uno puede ser un gran ser humano
y, a la vez, un gran líder; que los grandes valores compartidos por todas las
culturas en todos los tiempos –el respeto, la generosidad, el perdón– son
compatibles con la eficacia política.
Finalmente, Mandela
demuestra que apelar a la división no tiene por qué ser el único método para
llegar al poder. Más que “dividir para reinar”, él optó por “la unión hace la
fuerza”. Resaltar los factores que unen a la gente también funciona, y es lo
que distingue a los dirigentes meramente buenos, malos o mediocres de los que
pasan a la historia.
Es verdad
que todavía queda mucho por hacer en Sudáfrica. Persisten grandes diferencias e
injusticias, fruto de siglos de desigualdades. La matanza del pasado 16 de
agosto en la mina de Marakina, dónde murieron 44 personas a manos de la policía
nos lo acaba de recordar. Pero, gracias al hombre, político y estratega Mandela,
la explosión que muchos temían no tuvo lugar; y Sudáfrica encara el futuro con
optimismo.
¡Cuántos
Mandela hacen falta hoy para poner un poco de sosiego en muchos países
africanos y del mundo y, así, evitar tensiones sociales, confrontaciones y
baños de sangre!
África está increíblemente cerca y, sin embargo, tan lejos para tanta gente... Gracias por acercárnosla y por tratar de hacernos salir de este estado casi estuporoso de indiferencia que, con crisis o sin ella, parece asolar al ser humano de nuestros días.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por tu comentario. Efectivamente, África está geográficamente cerca, mentalmente, sin embargo, muy lejos. Entre todos deberíamos hacer lo posible para revertir las cosas afín de que la dignidad humana impere en todas partes. Un saludo.
Eliminarpienso que este señor solo hizo lo correcto , todos somos hermanos y no somos más ni menos por el simple hecho de ser de color .
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Un saludo.
ResponderEliminara veces las personas te dicen un monton de cosas malas como buenas pero tu ya ni sabes que decir pero ahora las personas siguen este camino que es el de Nelson Mandela tantos esfuerzos y lucha valieron la pena porque si ACA NO IMPORTA EL COLORRR
ResponderEliminarMe patece excelente que alguien destaque así es muy triste lo que el Nelson mandela fue muy valiente y también fuerte
Eliminara veces las personas te dicen un monton de cosas malas como buenas pero tu ya ni sabes que decir pero ahora las personas siguen este camino que es el de Nelson Mandela tantos esfuerzos y lucha valieron la pena porque si ACA NO IMPORTA EL COLORRR
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