Hace una semana el diario El País, en el artículo "matanza de 200 elefantes en Camerún", se hacía eco de lo que está sucediendo en el parque nacional de Bouba N’djida, en el norte del país, dónde milicias armadas procedentes de Chad y Sudán se dedican a matar elefantes, llevarse los colmillos, regalar la carne a la población y dejar tras su paso un reguero de elefantes decapitados.
Según recoge el rotativo, nos encontramos ante un verdadero desastre. ¡Y eso que el tráfico de colmillos está prohibido desde hace 22 años! La ONG Traffic denuncia que en 2011 se alcanzó un nuevo máximo de incautaciones en los aeropuertos de todo el mundo: se confiscaron 23 toneladas de colmillos de elefante, una cantidad que equivale, al menos, a 2.500 paquidermos muertos.
¿Por qué ocurre esta catástrofe?
Lo que está sucediendo en Camerún, a nuestro entender, es consecuencia de tres hechos: el desarrollismo chino, la guerra de Libia y las fronteras “fantasmas” de los países africanos.
En primer lugar, una cosa es evidente: Asia, y especialmente China, es la principal salida del comercio de marfil. China está impulsando la demanda de marfil de contrabando desde África, dando lugar a un aumento en la masacre de los elefantes, especie en peligro de extinción.
El enriquecimiento de su clase media está impulsando la demanda, sobre todo en joyería, de los colmillos de los elefantes. Y la creciente presencia de chinos en África también favorece el tráfico ilegal de marfil. Una investigación de la cadena Sky News ya puso de manifiesto el año pasado que China estaba detrás de las matanzas de elefantes en África del Este. Sin embargo, ahora orienta su objetivo hacia África central porque el marfil de la selva es más resiste que el de la sabana.
En segundo lugar, la guerra de Libia ha llenado la región de Kalashnikovs, una de las armas preferidas de los furtivos en sus “hazañas”. Es verdad que desde hace siglos, el Sahel ha sido una zona de tránsito para el comercio entre el África “blanca” y el África negra. La inmensidad de desierto del Sahara y las duras condiciones de vida hacen que las zonas fronterizas sean de difícil control, por lo que siempre han cohabitado en ella la circulación legal de bienes y personas con el contrabando. No obstante, la crisis libia ha supuesto un aumento exponencial del tráfico ilegal de todo género, sobre todo de armas.
Por último, las fronteras permeables del continente africano favorecen las acciones de furtivos. Aquí ninguna frontera está vigilada, ni respetada. Fueron establecidas a base de pluma y regla lejos del continente. Es verdad que toda frontera es artificial; pero en este caso el artificio ni siquiera fue obra de sus protagonistas, sino de otros actores por completo ajenos a aquel escenario donde un paralelo rompía de pronto a una tribu por la mitad, o donde el lápiz de un técnico prusiano de Exteriores forzaba a vivir juntos a dos pueblos que se habían combatido durante siglos. Resultado: Estados fallidos, fronteras de cristal y la inseguridad.
El contrabando de marfil en el continente africano es, por tanto, un problema complejo y metacontinental. Implica a muchos actores, tanto africanos como internacionales. Y la solución debería implicar a todos los actores.
Sin emabrgo, el paso previo e ineludible ha de ser africano: una redefinición o reorientación del papel del Estado en África. El Estado debería entenderse y actuar, aunque sea mínimamente, como conjunto de instituciones que poseen autoridad y potestad para establecer normas que regulan una sociedad, teniendo soberanía interna y externa sobre un territorio determinado y al servicio de la población. Salvo contadas excepciones, el Estado en África está al servicio del presidente del turno y de sus secuaces, y sólo le preocupa su enriquecimiento y su seguridad. Lo que pasa, por ejemplo a 100 km de la capital le importa más bien poco. Y desgraciadamente es lo que ocurre ahora en el parque nacional de Bouba N’djida (al norte de Camerún).
Sin emabrgo, el paso previo e ineludible ha de ser africano: una redefinición o reorientación del papel del Estado en África. El Estado debería entenderse y actuar, aunque sea mínimamente, como conjunto de instituciones que poseen autoridad y potestad para establecer normas que regulan una sociedad, teniendo soberanía interna y externa sobre un territorio determinado y al servicio de la población. Salvo contadas excepciones, el Estado en África está al servicio del presidente del turno y de sus secuaces, y sólo le preocupa su enriquecimiento y su seguridad. Lo que pasa, por ejemplo a 100 km de la capital le importa más bien poco. Y desgraciadamente es lo que ocurre ahora en el parque nacional de Bouba N’djida (al norte de Camerún).
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