Hace algunos años, y fue de dominio público, un presidente
del Real Madrid dijo en una ocasión, sobre el entonces jugador del club José
María Gutiérrez Hernández, más conocido como “Guti”, que comparándolo con Raúl
González, “sería la eterna promesa”. Este último, al parecer, aprovechó todas
sus potencialidades y se convirtió en una estrella mundial, mientras que su
compañero, que también atesoraba calidad inmensa, no debió aprovecharla a ojos
de aquel presidente merengue y se quedó en una promesa. Salvando las distancias,
África, al igual que “Guti”, corre el riesgo de quedarse en una eterna promesa.
Llevamos más de un lustro que un día sí y otro también escuchamos a los gurús de la economía pronosticar, y leemos en las revistas más especializadas, que el futuro
de la economía mundial está en África. Y no les falta la razón, porque desde
2005 África subsahariana viene creciendo a un ritmo superior al 6% en una época
de contracción de la economía mundial y ofrece numerosas oportunidades a los
inversores. Un crecimiento que se debe principalmente a las exportaciones de
inmensas reservas de materias primas, a la inversión directa exterior (impulsada en gran
medida por China e India), a una mayor urbanización del continente con una
incipiente clase media y a los importantes cambios demográficos que se están
experimentando.
Se prevé que en los próximos
años una parte importante de la población africana verá incrementada su renta
hasta el punto de que gozará de unas rentas similares a las clases medias de
China convirtiéndose así en demandantes de nuevos productos.
Pero, ¿no quedará todo esto en simples augurios si no hay una verdadera voluntad política de aprovechar estas potencialidades?
Aunque se ha de ser objetivos y
reconocer que hay cierto avance, especialmente en algunos países angloparlantes
dónde sus gobiernos están trabajando para sacar a la población de la miseria y
aprovechar el ciclo actual de bonanza económica, lo cierto es que a la inmensa
mayoría de la población africana no le está llegando los beneficios del
crecimiento sostenido que está viviendo el continente en los últimos años. Y esto se debe fundamentalmente
a la gran lacra de África: la corrupción.
El último estudio de la
Consultora Maplecroft Global Risk
Analytics señala, por ejemplo, que cada año desaparecen 50.000 millones de
dólares en lavado de dinero, el doble de lo que supone la ayuda oficial
internacional y ocho mil millones más de lo que supone toda la ayuda global. Un
dinero que si cada año entrara en las arcas de los Estados y fuera bien
gestionado cambiaría el destino del continente. No hay que perder de vista que
muchos males como el hambre, la falta de infraestructuras (sanitarias,
escolares, transportes…), las guerrillas que atenazan al pueblo africano son
consecuencias directa de la corrupción.
Para que África, por tanto, no se quede en
una “promesa”, sus dirigentes han de aprovechar todos los recursos y ponerlos
al servicio del pueblo. Y esto pasa por afrontar con valentía y determinación la
lacra de la corrupción y sus tentáculos (nacionales e internacionales).
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