La abulia es un trastorno potencialmente
invalidante; se caracteriza por un déficit patológico de voluntad y una
incapacidad que se manifiesta en el paciente por una disminución de la voluntad
que le imposibilita a terminar ciertas tareas, a tomar decisiones o a iniciar
proyectos que requieren esfuerzo. Pues, la sociedad africana, y muy
especialmente su clase dirigente, parece estar afectada por este mal. Desde que
se marcharon los colonos da la sensación de que falta en África la voluntad
resuelta de quien piensa con claridad y actúa con coraje.
La
experiencia demuestra que quien tiene fe en lo que hace, afronta
y se mide a las dificultades y los problemas con determinación; y si sufre una
derrota, se mantiene en pie, consciente de que su fracaso no empañará su esfuerzo
ni el valor de su objetivo. Sin embargo, el ser abúlico no actúa, no resuelve
sus problemas porque no tiene energía, convicciones, valores, ideas que
impulsen y orienten la acción. Su fracaso inevitable lo justifica con excusas,
lamentos, inhibiciones y evasivas. Y su dilema es dramático: conformismo o
amargura.
Sin querer rebozarnos en el eterno debate sobre el
colonialismo ni caer el victimismo de “negros
buenos y blancos malos”, hay que
reconocer, sin embargo, que esta especie de apatía que invade África es una
consecuencia directa del colonialismo paternalista que padeció durante años.
Para poder imponerse y mantener su dominio, los
colonos sometieron a los autóctonos a un lavado de cerebro para hacerles creer
que eran unos seres inferiores, incapaces de una buena obra sin su concurso. El
africano debía confiar ciegamente en su amo, el europeo, y ejecutar mecanicamente sus órdenes. Para conseguirlo, los colonos le sometieron a una
triple negación: ontológica, epistemológica y teológica.
Ontológicamente, se le negó la categoría de ser
humano rebajándolo a nivel de objeto a través de la esclavitud. Se le insistió,
por activa y por pasiva, en que no era absolutamente nadie y que su existencia
tenía sentido colaborando con el hombre blanco.
Epistemológicamente, al negro se le machacó
diciéndole que era incapaz de conocer y de crear. Toda su cultura era un simple
balbuceo, y que los auténticos conocimientos y cultura venían de Europa.
Teológicamente, las creencias africanas fueron
tachadas de pseudoreligiosas y sus religiones consideradas como superstición y
animismo. La única solución era abrazar la verdadera religión que venía de
Europa.
Conclusión: el negro era un subhombre próximo a los
simios y sin parentesco con el hombre verdadero y, por tanto, necesitaba ser
colonizado. El colono tenía perfecto derecho de hacerlo con los todos los
medios posibles su alcance, incluidos los castigos físicos y los trabajos
forzosos.
Esta especie lluvia fina cayó insistentemente sobre
los africanos durante años hasta tal punto de que podemos afirmar, sin miedo a
equivocarnos, que muchos de ellos sufren todavía hoy las consecuencias de la
misma. Y creen que la salvación siempre vendrá del hombre blanco que ha de
dirigir sus vidas. De ahí que no nos sorprenda la abulia paralizante que campa
a sus anchas por todo el continente: brazos cruzados y a esperar.
Los europeos consiguieron alienar a los africanos
durante la colonización, y sin rehabilitarlos les dieron las llamadas
independencias. A todas luces, faltó un tiempo de transición entre la
colonización y las independencias. No se preparó ni a la élite que temó el
relevo ni a la población en general. De la noche a la mañana los lugareños, que
“no servían para nada” según los colonos, se vieron en la obligación de tomar
las riendas de sus países sin la más mínima preparación. Esto explica, en
parte, el caos vivido en muchos países desde entonces.
Urge, pues, una rehabilitación del africano y una
lucha sin cuartel contra la abulia que inocularon los europeos en África. Sería
deseable que las instituciones y organizaciones que intervienen en el continente
presten atención especial a la dimensión psicológica y trabajen para recuperar la
autoestima que jamás debieron perder los africanos. Ello pasa por poner en
valor las capacidades del africano; sólo así podrá ser artífice y actor principal de su propio
destino.
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