martes, 26 de enero de 2016

¿Inoculó la colonización la abulia en África?

La abulia es un trastorno potencialmente invalidante; se caracteriza por un déficit patológico de voluntad y una incapacidad que se manifiesta en el paciente por una disminución de la voluntad que le imposibilita a terminar ciertas tareas, a tomar decisiones o a iniciar proyectos que requieren esfuerzo. Pues, la sociedad africana, y muy especialmente su clase dirigente, parece estar afectada por este mal. Desde que se marcharon los colonos da la sensación de que falta en África la voluntad resuelta de quien piensa con claridad y actúa con coraje.
La experiencia demuestra que quien tiene fe en lo que hace, afronta y se mide a las dificultades y los problemas con determinación; y si sufre una derrota, se mantiene en pie, consciente de que su fracaso no empañará su esfuerzo ni el valor de su objetivo. Sin embargo, el ser abúlico no actúa, no resuelve sus problemas porque no tiene energía, convicciones, valores, ideas que impulsen y orienten la acción. Su fracaso inevitable lo justifica con excusas, lamentos, inhibiciones y evasivas. Y su dilema es dramático: conformismo o amargura.

Sin querer rebozarnos en el eterno debate sobre el colonialismo ni caer el victimismo de “negros buenos y blancos malos”, hay que reconocer, sin embargo, que esta especie de apatía que invade África es una consecuencia directa del colonialismo paternalista que padeció durante años.

Para poder imponerse y mantener su dominio, los colonos sometieron a los autóctonos a un lavado de cerebro para hacerles creer que eran unos seres inferiores, incapaces de una buena obra sin su concurso. El africano debía confiar ciegamente en su amo, el europeo, y ejecutar mecanicamente sus órdenes. Para conseguirlo, los colonos le sometieron a una triple negación: ontológica, epistemológica y teológica.

Ontológicamente, se le negó la categoría de ser humano rebajándolo a nivel de objeto a través de la esclavitud. Se le insistió, por activa y por pasiva, en que no era absolutamente nadie y que su existencia tenía sentido colaborando con el hombre blanco. 

Epistemológicamente, al negro se le machacó diciéndole que era incapaz de conocer y de crear. Toda su cultura era un simple balbuceo, y que los auténticos conocimientos y cultura venían de Europa. 

Teológicamente, las creencias africanas fueron tachadas de pseudoreligiosas y sus religiones consideradas como superstición y animismo. La única solución era abrazar la verdadera religión que venía de Europa.

Conclusión: el negro era un subhombre próximo a los simios y sin parentesco con el hombre verdadero y, por tanto, necesitaba ser colonizado. El colono tenía perfecto derecho de hacerlo con los todos los medios posibles su alcance, incluidos los castigos físicos y los trabajos forzosos.

Esta especie lluvia fina cayó insistentemente sobre los africanos durante años hasta tal punto de que podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que muchos de ellos sufren todavía hoy las consecuencias de la misma. Y creen que la salvación siempre vendrá del hombre blanco que ha de dirigir sus vidas. De ahí que no nos sorprenda la abulia paralizante que campa a sus anchas por todo el continente: brazos cruzados y a esperar.

Los europeos consiguieron alienar a los africanos durante la colonización, y sin rehabilitarlos les dieron las llamadas independencias. A todas luces, faltó un tiempo de transición entre la colonización y las independencias. No se preparó ni a la élite que temó el relevo ni a la población en general. De la noche a la mañana los lugareños, que “no servían para nada” según los colonos, se vieron en la obligación de tomar las riendas de sus países sin la más mínima preparación. Esto explica, en parte, el caos vivido en muchos países desde entonces.

Urge, pues, una rehabilitación del africano y una lucha sin cuartel contra la abulia que inocularon los europeos en África. Sería deseable que las instituciones y organizaciones que intervienen en el continente presten atención especial a la dimensión psicológica y trabajen para recuperar la autoestima que jamás debieron perder los africanos. Ello pasa por poner en valor las capacidades del africano; sólo así  podrá ser artífice y actor principal de su propio destino.




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