Los
recientes golpes de estado que han
tenido lugar en Mali y Guinea-Bissau, en marzo y abril de este año
respectivamente, me han llevado a un análisis
de los cerca de cien golpes de fuerza que han salpicado el continente
africano desde las independencias políticas en los años 60 del siglo pasado
hasta hoy. ¡Triste record mundial! Y es llamativo que de los trece líderes
actuales que asumieron el poder mediante golpe de estado, diez sean africanos.
Entre ellos destacan los casos de Obiang (Guinea-Ecuatorial), Museveni
(Uganda), Compaoré (Burkina Faso) o Déby (Chad).
Junta golpista de Mali |
Los
golpistas africanos siempre llegan al poder con una supuesta misión salvadora
de la patria, para un tiempo limitado y con promesas que nunca cumplen, creando
falsas expectativas en la población. Luego se perpetúan en el poder mediante
elecciones amañadas y sin ninguna garantía. Eso, si antes otros no les hacen
probar su propia medicina: un golpe de estado.
En
todos los continentes se han producido tomas del poder político, de un modo
repentino y violento, por parte de ciertos grupos fuertes (generalmente los
militares), vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado,
es decir, las normas legales de sucesión en el poder vigente con anterioridad.
Sin embargo el fenómeno en África adquiere dimensiones más que preocupantes. Muy
pocos países se han librado de este fenómeno. De ahí que más de uno se pregunte
si no se trataría de una especie de fatalidad con la que ha de convivir el continente, mas cuando este tipo de actos parece haberse
quedado atrás con el cambio de siglo en el resto del mundo.
Golpistas guineanos |
Muchos
analistas suelen achacar la inestabilidad que sufre el continente a la división
arbitraria de las fronteras establecidas en la conferencia de Berlín en 1885.
Se ha repetido hasta la saciedad que dicha conferencia no respetó pueblos ni
culturas, partiendo tribus y etnias que llevaban siglos juntos. Nadie, y mucho
menos nosotros, puede quitar veracidad a ese argumento de peso. Únicamente
queremos señalar que también a lo largo
y ancho del mundo, los vencedores han escrito la historia de los vencidos, y
les han impuesto fronteras. Aun así, éstos han construido sus naciones,
superando las diversidades étnicas y buscando más lo que les une. Así que, va
siendo hora de que el pueblo africano se levante y escriba su futuro, incluso con
fronteras impuestas, y no se limite a lamer sus heridas.
Es
verdad que en muchos Estados africanos la ausencia de un sentimiento de unidad
nacional ha imposibilitado la formación de un Estado firme, democrático e
inclusivo. Esto permite, a veces, la corrupción, la aparición de milicias locales, abusos contra los
derechos humanos, la perpetuación de la pobreza y el desplazamiento de miles de
personas.
Sin
embargo, nosotros situaríamos la explicación de los levantamientos en lo
siguiente: la concentración de todo el
poder de una nación en una sola persona, o en unas pocas personas; lo que
hace imposible el cambio a través de las instituciones que, por otra parte,
sirven de comparsa al jefe de turno. Por eso, basta con eliminar a esa
persona o aislarla para tener acceso al poder.
En
países democráticamente avanzado, con instituciones robustas, resultaría
difícil someter a todo un país con la simple eliminación o aislamiento del
presidente y colapsarlo, como ha ocurrido, por ejemplo en Mali,
con el apresamiento de Amadou Toumani Touré.
Esto
nos lleva a distinguir tres tipos de Estados en relación con los golpes de
fuerza: Estados democráticos, dónde
estos tipos de actos son impensables porque hay medios institucionales a través
de los cuales se canalizan las frustraciones (militares incluidas) y dónde
existente una alternancia en el poder; Estados
en vía de democracia, dónde la toma por la fuerza del poder puede darse
porque las instituciones no están bien asentadas. Pero aquí, los golpistas se
encontrarían con la oposición de la calle y de la sociedad civil que puede
hacer fracasar su intentona; y, finalmente, los Estados no democráticos, dónde siempre son los mismos los que
ganan las elecciones, utilizan el Estado para sus fines privados. El resto de
la población es un “convidado de piedra”. Las frustraciones aquí son enormes. Estos regímenes no democráticos, que se apoyan en Ejércitos, generalmente “tribalizados”, son pastos de golpes de estado.
La
solución al sempiterno problema de los golpes de fuerza en África, a nuestro
entender, pasaría por la transferencia de los poderes del Estado de las
personas a las instituciones y por un robustecimiento de dichas instituciones, amén
de la búsqueda de soluciones a los problemas de la población.
A
pesar de ir contracorriente, no creemos que la solución pase por un
replanteamiento de todas las fronteras teniendo en cuenta las identidades
étnicas y religiosas. En un continente con más de mil grupos étnicos e
infinidad de creencias religiosas, querer establecer las fronteras partiendo de
dichos criterios, aparte de ser un planteamiento romántico, es poco práctico e
ineficaz. Es verdad que se debería tener en cuenta las afinidades entre grupos,
sin caer en la anarquía de una etnia un país.
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