domingo, 20 de mayo de 2012

Explicación del (triste) récord de golpes de estado en África


Los recientes  golpes de estado que han tenido lugar en Mali y Guinea-Bissau, en marzo y abril de este año respectivamente,  me han llevado a un análisis de los cerca de cien golpes de fuerza que han salpicado el continente africano desde las independencias políticas en los años 60 del siglo pasado hasta hoy. ¡Triste record mundial! Y es llamativo que de los trece líderes actuales que asumieron el poder mediante golpe de estado, diez sean africanos. Entre ellos destacan los casos de Obiang (Guinea-Ecuatorial), Museveni (Uganda), Compaoré (Burkina Faso) o Déby (Chad).



Junta golpista de Mali
Los golpistas africanos siempre llegan al poder con una supuesta misión salvadora de la patria, para un tiempo limitado y con promesas que nunca cumplen, creando falsas expectativas en la población. Luego se perpetúan en el poder mediante elecciones amañadas y sin ninguna garantía. Eso, si antes otros no les hacen probar su propia medicina: un golpe de estado.

En todos los continentes se han producido tomas del poder político, de un modo repentino y violento, por parte de ciertos grupos fuertes (generalmente los militares), vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado, es decir, las normas legales de sucesión en el poder vigente con anterioridad. Sin embargo el fenómeno en África adquiere dimensiones más que preocupantes. Muy pocos países se han librado de este fenómeno. De ahí que más de uno se pregunte si no se trataría de una especie de fatalidad con la que ha de convivir el continente, mas  cuando este tipo de actos parece haberse quedado atrás con el cambio de siglo en el resto del mundo.

Golpistas guineanos
Muchos analistas suelen achacar la inestabilidad que sufre el continente a la división arbitraria de las fronteras establecidas en la conferencia de Berlín en 1885. Se ha repetido hasta la saciedad que dicha conferencia no respetó pueblos ni culturas, partiendo tribus y etnias que llevaban siglos juntos. Nadie, y mucho menos nosotros, puede quitar veracidad a ese argumento de peso. Únicamente queremos señalar  que también a lo largo y ancho del mundo, los vencedores han escrito la historia de los vencidos, y les han impuesto fronteras. Aun así, éstos han construido sus naciones, superando las diversidades étnicas y buscando más lo que les une. Así que, va siendo hora de que el pueblo africano se levante y escriba su futuro, incluso con fronteras impuestas, y no se limite a lamer sus heridas.

Es verdad que en muchos Estados africanos la ausencia de un sentimiento de unidad nacional ha imposibilitado la formación de un Estado firme, democrático e inclusivo. Esto permite, a veces, la corrupción, la aparición de milicias locales, abusos contra los derechos humanos, la perpetuación de la pobreza y el desplazamiento de miles de personas.

Sin embargo, nosotros situaríamos la explicación de los levantamientos en lo siguiente: la concentración de todo el poder de una nación en una sola persona, o en unas pocas personas; lo que hace imposible el cambio a través de las instituciones que, por otra parte, sirven de comparsa al jefe de turno. Por eso, basta con eliminar a esa persona o aislarla para tener acceso al poder.

En países democráticamente avanzado, con instituciones robustas, resultaría difícil someter a todo un país con la simple eliminación o aislamiento del presidente y colapsarlo, como ha ocurrido, por ejemplo en Mali, con el apresamiento de Amadou Toumani Touré.

Esto nos lleva a distinguir tres tipos de Estados en relación con los golpes de fuerza: Estados democráticos, dónde estos tipos de actos son impensables porque hay medios institucionales a través de los cuales se canalizan las frustraciones (militares incluidas) y dónde existente una alternancia en el poder; Estados en vía de democracia, dónde la toma por la fuerza del poder puede darse porque las instituciones no están bien asentadas. Pero aquí, los golpistas se encontrarían con la oposición de la calle y de la sociedad civil que puede hacer fracasar su intentona; y, finalmente, los Estados no democráticos, dónde siempre son los mismos los que ganan las elecciones, utilizan el Estado para sus fines privados. El resto de la población es un “convidado de piedra”. Las frustraciones aquí son enormes. Estos regímenes no democráticos, que se apoyan en Ejércitos, generalmente “tribalizados”,  son pastos de golpes de estado.

La solución al sempiterno problema de los golpes de fuerza en África, a nuestro entender, pasaría por la transferencia de los poderes del Estado de las personas a las instituciones y por un robustecimiento de dichas instituciones, amén de la búsqueda de soluciones a los problemas de la población.  

A pesar de ir contracorriente, no creemos que la solución pase por un replanteamiento de todas las fronteras teniendo en cuenta las identidades étnicas y religiosas. En un continente con más de mil grupos étnicos e infinidad de creencias religiosas, querer establecer las fronteras partiendo de dichos criterios, aparte de ser un planteamiento romántico, es poco práctico e ineficaz. Es verdad que se debería tener en cuenta las afinidades entre grupos, sin caer en la anarquía de una etnia un país. 






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