El
9 de julio de 2011 nacía un nuevo Estado cuyo alumbramiento fue más que complicado porque se utilizaron fórceps.
Muchos pensaron entonces que lo más difícil se había hecho. Hoy, dos años
después, Sudán del sur, el Estado más joven del mundo, lucha, sin embargo, para
poder sobrevivir aquejado de múltiples dolencias: analfabetismo, mortalidad
infantil, corrupción, guerrillas…
Entre
la población la sensación reinante, tras veintidós años de guerra para “arrancar”
la independencia a Sudán (1983-2005), es de frustración. La independencia, en
lugar de proporcionar libertad y prosperidad, se ha transformado en auténtica pesadilla.
La ilusión y la esperanza han dado paso a la frustración y el pesimismo.
La
realidad del nuevo país es desoladora: los conflictos internos han provocado
cerca de 200.000 desplazados; más de dos millones de personas necesitan ayuda
alimentaria; miles de personas que retornaron de Sudán (norte) no han
encontrado todavía asentamiento prometido ni empleo; en las zonas rurales la gente no ha
mejorado su vida desde la independencia; no hay infraestructuras, atención
sanitaria ni escuelas…
A
todo esto se añaden tensiones recurrentes con Sudán en temas de petróleo y
de fronteras, lo que deja poco margen a una paz duradera entre los dos antiguos
enemigos.
La
fotografía, en este momento, de Sudán del sur es la de un Estado frágil; de un
Estado joven en estado crítico. La
corrupción “goza de buena salud” en las incipientes instituciones estatales; la
violación de los derechos humanos, condenada reiteradamente por las ONGs y los
medios de comunicación, campa por sus anchas; y el gobierno es incapaz de
satisfacer las necesidades básicas de la población.
Esta
situación de independencia inacabada sólo cambiará cuando todos los actores implicados trabajen en la misma dirección:
mejorar la vida de los ciudadanos de a pie, aprovechando los inmensos recursos
naturales con los que cuenta el país. Cuando hablamos de actores nos referimos
al Estado, a las ONGs, al sector privado y a los donantes.
Pero
desgraciadamente una realidad se impone: a muchos operadores económicos
internacionales, con la complicidad de los propios lugareños, les convienen el
caos en países africanos para, así, hacerse con sus recursos naturales. Y es lo
que está sucediendo en Sudán del sur: “a río revuelto ganancia de los
pescadores”.
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