miércoles, 30 de septiembre de 2015

Extranjeros en su propia tierra

En los últimos tiempos, estamos asistiendo a un verdadero éxodo de jóvenes africanos hacia otros continentes, muy especialmente hacia Europa, si bien la ola de refugiados sirios parece haberlo relegado a un segundo plano. Muchos no llegan al destino anhelado y mueren en el intento, lejos de sus familias. El mediterráneo, en este caso, se ha convertido en una auténtica tumba. Llama poderosamente la atención que la reacción de los políticos europeos ante esta tragedia no esté a la altura de lo que se espera de los dirigentes del espacio más democrático y próspero del mundo: algunos denuncian lo que llaman la “invasión” en curso, otros invocan restricciones y construcción de barreras y muros, y otros todavía prefieren mirar para otro lado.

Desde luego, se reflexiona bastante poco, en general, sobre las causas profundas de las migraciones actuales; sobre las conexiones con cierto modelo económico, con las decisiones estratégico-militares de las últimas décadas, con el financiación a países y grupos terroristas que ayer eran aliados y hoy son enemigos, con la falta de una política que sepa ver más allá del interés inmediato y más allá de los próximos comicios electorales… 

En el caso concreto de la emigración africana, la escasa reflexión que se realiza se limita generalmente a recoger los tópicos de siempre (pobreza, guerras…) sin abordar las causas fundamentales. Creemos que no se suele aludir a uno de los verdaderos motivos de abandono masivo del continente por una parte importante de su juventud: los jóvenes africanos se sienten extranjeros en su propia tierra. Por eso prefieren ser extranjeros en otro lugar que en su propio hogar, porque aquí nadie cuenta con ellos para nada. 

Basta una breve visita a cualquier país africano para confirmar esta realidad. En todos y cada uno de los países del continente siempre se repite la misma estampa: actividad frenética de camiones, containeres y vagones de multinacionales entre minas y puertos, entre minas y aeropuertos, cargados de bienes y recursos esquilmados al país ante los ojos impotentes de la población local que sobrevive en la pobreza más absoluta. 

Eso sí, un pequeño grupo, mal llamada clase política, corrupto y cómplice de esta situación, se ocupa de negociar con esas multinacionales concesiones y contratos multimillonarios a cambio de armas que les ayudan a perpetuarse en el poder y de cantidades ingentes de dinero que deposita en sus cuentas en el extranjero, sin ningún impacto en la economía local. 

Esto explica, y con razón, la pancarta que llevaba aquel joven inmigrante en una manifestación en Italia en la que se podía leer: “Somos prófugos de las guerras que provocáis”.



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