Hace unas semana se celebró la 28ª Cumbre de la Unión Africana (UA), centrada en la demografía pero dominada, de facto, por el regreso de Marruecos a la organización tras 34 años de ausencia. Pese a ser uno de los estados que impulsaron su creación, Marruecos abandonó la Organización para la Unidad Africana (OUA) en 1984 como protesta por la incorporación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Vuelve para rebatir abiertamente los argumentos que durante ese tiempo esgrimieron sin apenas confrontación tanto la RASD como Argelia, su gran aliado en esta organización, considerada por muchos como Club de Dictadores.
Porque, lejos de perseguir los fines fundacionales, encaminados a lograr la integración política y económica del continente, los jefes de Estado de la UA, heredera de la OUA, dedican más tiempo a protegerse unos a otros que a construir la Unión. En la cumbre abordaron, por ejemplo, el tema de la retirada de África del Tribunal Penal Internacional (TPI), argumentando que este se aprovecha de las débiles estructuras políticas africanas para juzgar a sus mandatarios. Pero lo que escondían detrás de esta maniobra era evitar que dictadores, como el sudanés Omar Hassan El-Beshir reclamado por La Haya, rindan cuentas ante la Justicia.
Acorde con los tiempos que corren, en los que todo se mide y se analiza desde la perspectiva de rentabilidad, la productividad de la UA es cero. Van ya 28 cumbres de jefes de Estado y de Gobierno, 54 años de existencia (con la OUA), más de 1.500 resoluciones…, y sin embargo, su eficacia es dudosa.
Pero, a pesar de todo, la integración africana es fundamental y la UA es un mal necesario. Ante los desafíos actuales, los países africanos deben cooperar más, e incluso integrarse en organizaciones supranacionales para, juntos, construir un futuro mejor para su población y hacer oír su voz en el escenario internacional. Además, la integración evitaría los eternos enfrentamientos entre Estados o la creación de santuarios rebeldes en algunos países para luego desestabilizar a las naciones vecinas, como ocurre en la región de los Grandes Lagos.
Es verdad que no han faltado intentos de integración en el continente, al margen de la UA, con numerosas organizaciones regionales o sectoriales, pero todos estos intentos han chocado casi siempre con dos obstáculos: por una parte, una soberanía nacional mal entendida basada, a menudo, en el tribalismo, que los dirigentes nacionales no están dispuestos a compartir. Y, por otra, la producción y exportación de los mismos productos, con el consiguiente debilitamiento del comercio interafricano, deterioro de los términos de intercambio, duplicaciones y extrema dependencia externa.
La integración continental, más necesaria en el contexto actual que nunca, solo tendrá éxito si hay verdadera voluntad política de democratización en los dirigentes africanos y una diversificación económica con una lucha implacable contra la corrupción. En caso contrario, la integración de África seguirá siendo la historia de un fracaso.
Texto original en Mundo Negro
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