Mucho se ha escrito ya sobre las causas de la emigración de jóvenes africanos hacia Europa. Basta con introducir en el buscador Google “inmigración africana” y toparse con una lista interminable de entradas, no solamente sobre crónicas de las travesías inhumanas en el mar, aventuras al límite en el desierto, largas estancias esclavistas en los países del Magreb, todas acompañadas de desgarradoras imágenes, sino también con estudios sobre sus causas y motivos. Y hay cierta unanimidad en achacar esa emigración a la pobreza y a los conflictos que salpican al continente.
Lejos de nuestra intención el poner en duda esa explicación; además, el fenómeno migratorio es inherente al ser humano. Los procesos migratorios nacen del instinto de conservación de la especie y se deben, a menudo, a una evaluación comparativa entre el entorno donde se vive –en cuanto a los recursos y posibilidades con los que se cuenta–, y un entorno diferente, en el que existe una percepción de que esos recursos y posibilidades pueden ser mayores y mejores. Esta comparación, entre la vida cotidiana en un país y otro, resulta muy fácil en la actualidad debido al acceso masivo a los medios de comunicación.
Aun siendo cierto lo anterior, habría que añadir otro motivo, que va más allá de las necesidades económicas y de seguridad, para captar en toda su amplitud el fenómeno de la emigración africana hacia Europa. Nos referimos al concepto mismo de Europa y su mitificación. En el imaginario africano, y desde la época colonial, Europa es una suerte de paraíso terrenal; y lo europeo es más valorado que lo autóctono en muchos aspectos. No hace mucho se me enfadó un familiar, durante una visita a mi país de origen, por darle algo de dinero en vez de un regalo procedente de Europa. Mis explicaciones de que podía comprar lo que quisiera en nuestro país no sirvieron para nada.
Casos como este, o de personas que suspiran por vivir en Europa o, por lo menos, visitar ese paraíso que otorga prestigio, abundan a lo largo y ancho del continente. Hay por tanto una especie de mitificación de Europa y de lo europeo en general en el imaginario colectivo africano, fruto del eurocentrismo del que somos, los africanos, víctimas.
Colaboran actualmente con ese eurocentrismo y esa mitificación de lo europeo, quizá sin quererlo, los inmigrantes que vuelven a sus países de origen de vacaciones. Quitando contadas excepciones, la inmensa mayoría transmiten a sus conciudadanos una imagen poco realista de lo que pasa en Occidente.
Los dirigentes africanos, en este terreno –como en tantos otros–, no ayudan para nada. Siguen alimentando esa imagen de Europa como un paraíso: envían a sus hijos a estudiar a Europa; en muchos casos, sus familias residen en Europa; sus cuentas bancarias están a salvo en Europa; y, sobre todo, cuando se ponen enfermos son trasladados y tratados en Europa y suelen regresar, llegado el momento, para ser enterrados…
Así, pues, la desmitificación de Europa sigue siendo asunto pendiente.
Texto original en Mundo Negro
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