Hace escasas fechas, en un encuentro sobre gobernanza en África, un asistente se extrañaba del hecho de que los dirigentes africanos son, en su mayoría, antiguos alumnos de las universidades europeas y, sin embargo, no hayan aplicado en sus respectivos países lo que estudiaron y vivieron durante su estancia en Occidente.
Y es verdad; porque si repasamos las biografías de jefes de estado y de gobierno, de ministros y altos cargos de las administraciones africanas, e incluso de los grandes empresarios, abundan en las mismas títulos de doctores, licenciados y otros obtenidos en las universidades más prestigiosas de Occidente: Sorbona, Harvard, Lovaina, Oxford, Laval, Yale, Columbia… Y, sin embargo, poco o nada de su paso por estos lugares se refleja en su gestión.
¿A qué se debe ese poco impacto de la experiencia occidental en su labor? Desde luego no hay una única explicación, porque confluyen múltiples factores en esta especie de “fracaso”: el contexto sociocultural de cada país, la idiosincrasia de cada administración concreta, las capacidades individuales de esos antiguos alumnos, hoy dirigentes en África…
A estos factores, habría que añadir, a nuestro entender, el hecho de que el paso de muchos estudiantes africanos por las universidades europeas suele pecar por su poca, para no decir nula, inmersión o un verdadro contacto con la realidad occidental.
Ahora que está de moda la palabra integración, durante su estancia los alumnos africanos apenas se integran y conocen la realidad local. Suelen vivir en residencias de estudiantes, en especies de “guetos”, dónde reproducen sus costumbres. Al término de su estancia formativa vuelven a su país sin haber tenido una verdadera experiencia práctica de una gestión fuera de las aulas.
Así, han estado en Europa sin haber conocido realmente qué es Europa, cómo funcionan sus instituciones y su sociedad civil. Por lo que poco o nada pueden replicar en su país.
El hecho de estudiar en universidades occidentales ya es un elemento positivo. Pero esto debería ir acompañado de unas prácticas y unas vivencias in situ sobre la gestión de lo público en Europa y, así, adquirir una experiencia que, luego, será fundamental a la vuelta a sus países de origen. Sólo así tendría un impacto, en África, la formación recibida en Occidente por los dirigentes africanos.
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