lunes, 9 de enero de 2012

Las sectas y la decadencia moral en la República Democrática del Congo

Hoy en todo el continente africano se da un fenómeno que es mundial, pero con características singulares y llamativas: las “iglesias independientes”, técnicamente llamadas “sectas”, que abundan por doquier. Cada día nacen nuevas ramas desgajadas de iglesias tradicionales. En Nigeria y África del Sur, por ejemplo, en el registro de religiones del Ministerio del Interior, en ambos casos, aparecen más de diez mil sectas (iglesias libres).

Pero el caso más llamativo es la RD Congo. En Kinshasa, capital del país,  las sectas crecen como hongos. Hay una iglesia o templo en cada calle. Debido a las vigilias nocturnas de sábados- noche el descanso para los ciudadanos se convierte en un infierno debido a cánticos y músicas que proceden de los templos, la mayoría, para no decir todos, en plena calle.

Sin embargo, este fenómeno parece no importarles a las autoridades. Para empezar, no hay un registro riguroso de las distintas religiones; tampoco hay unos requisitos mínimos para su funcionamiento. Así, abundan pastores, evangelistas, profetas, intercesores, obispos, arzobispos, y hasta el mismísimo dios en persona en algunas organizaciones.

Nadie podría poner en duda su existencia si estas religiones prestaran algún tipo de servicio a la sociedad. Podrían dedicarse a despertar al pueblo congoleño de su larga siesta para que, de una vez, tome en serio su destino y construir un país próspero y dinámico. Sin embargo, la explosión de las sectas en los últimos dos decenios va unida a una degradación moral. ¿Cómo entender que un país dónde todo el mundo va asiduamente a alguna iglesia a rezar las cosas vayan tan mal?

Los hechos no admiten paños calientes ni excusas: a pesar de la presencia de la Biblia en todas las familias y en todas las manos, la corrupción campa a sus anchas en todos los niveles de la sociedad; una clase dirigente cada vez más rica mientras que el resto del pueblo cada vez más pobre; aumento de niños de la calle en las grandes ciudades; hambre y enfermedades que matan a diarios a miles de personas; inexistencia de infraestructuras…

Y lo más llamativo: la mayoría de los dirigentes y políticos congoleños son pastores de esas sectas… El mismo presidente de la Comisión Electoral Nacional Independiente, Daniel Ngoy Mulunda, es uno de ellos. Se aprovechan del analfabetismo y de la pobreza del pueblo para seguir manteniéndolo a sus pies y, así, seguir saqueando el país.

No puedo más que pensar en aquella frase tan famosa y muy recordada de Marx, que aquí sí que se realiza: “la religión es el opio del pueblo”; cuando ya se desvía de su cometido y sirve a los intereses de los poderosos. Al gobierno congoleño le viene muy bien que el pueblo esté distraído con largas e interminables ceremonias religiosas y, así, se olvide de la miseria que padece. Esos fenómenos religiosos son una anestesia social.

Termino con las palabras bíblicas del profeta Oseas: “Mi pueblo perece por falta de conocimiento” (Oseas 4, 6). Y confiar en que algún día la Ilustración se abra camino en tierras africanas.

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