La memoria, como se suele decir,
es selectiva; y como consecuencia de esa selección solemos recordar aquello que tiene mayor
significado para nosotros, y nos olvidemos de todo lo innecesario o superfluo. Traigo
a colación esto porque, hace bien poco, en una comida de reencuentro de
antiguos compañeros de promoción de la facultad de Sociología de la Universidad
Pontificia de Salamanca, comprobé que, si bien estábamos de acuerdo en muchos
hechos objetivos que sucedieron durante nuestro lustro de aprendizaje en tan
noble institución académica, cada uno de nosotros, en cambio, recordaba
anécdotas y contenidos de asignaturas de manera singular.
Lo digo porque en aquel reencuentro
intenté, en vano, que mis antiguos colegas recordaran la teoría del “efecto
Mateo”, que un día nos explicó Juan Gonzalez-Anleo (in memoriam), y que para mí fue de lo más interesante que oí en
aquellas clases. Este sabio profesor,
que inculcó en nosotros el amor por el análisis social y nos abrió el
camino a la profesión con su Introducción
a la Sociología, nos explicó, con relación al reparto de la riqueza, que existe
una explicación atribuida a Robert K. Merton que, a su vez, se inspiró en el
misterioso versículo del Evangelio de San Mateo (capítulo 13, versículo 12; que
se repite luego en el capítulo 25, 29). Según este evangelista, Jesús afirmó
que “al que tiene se le dará más todavía
y tendrá en abundancia, pero al que no tiene se le quitará aun lo que tiene”.
Es el “efecto Mateo”, o el “mateazo”
como lo denominaba nuestro profesor, que basándose en este pasaje intenta explicar
la atribución y distribución inequitativa de los recursos y beneficios materiales e inmateriales. A través
de esta teoría sociológica se describe de una manera meridianamente clara “la
ciega crueldad de este mundo que acumula halagos y prebendas en los poderosos
pero persigue implacable a los caídos en desgracia hasta romperles los lomos”
como decía una escritora bien conocida.
Por mi procedencia, tanto de un
país económicamente subdesarrollado como de una familia muy humilde, esa teoría
me impactó profundamente; a mis compañeros parece que no tanto. Aun hoy sigo
dándole vuelta a la misma, sobre todo en la era de la globalización actual donde
el que tiene menos es despojado de lo suyo que, paradójicamente, se entrega al
que más tiene. Y esto ocurre no solamente entre individuos sino también entre
países: mientras unos acaparan toda la atención planetaria, otros están relegados
al último lugar, marginados y fuera de toda agenda internacional, esquilmados
en recursos materiales e inmateriales.
Y es lo que les ocurre a los
países africanos. Las cifras de los intercambios comerciales demuestran que el
resto del mundo se beneficia de su riqueza aunque los gobiernos de los países
ricos, en una maniobra de distracción y engaño, cuenten a sus ciudadanos que
los programas de cooperación les están ayudando. Hay mucha más riqueza
abandonando el continente más pobre del mundo que la que ingresa. De ahí que el
“efecto Mateo” esté de actualidad y siga siendo un asunto pendiente.
(Este artículo fue publicado, en un formato más breve, en este mismo blog el 2 de septiembre de 2011 y parece que nada ha cambiado).
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